Eclipsada por sus playas, el hedonismo del carnaval o la efervescencia de Maracaná, la sierra de Río de Janeiro suele pasar desapercibida para quien visita la Ciudad Maravillosa. Sin embargo, es parte esencial de la historia de la que fue capital de Brasil y son muchos quienes, desde la época imperial, se refugian en ella.
A un centenar de kilómetros de Río, en las márgenes del río Paraiba, se ubica el llamado Valle del Café, cuyo cultivo hizo de Brasil su mayor productor mundial en el siglo XIX. La enorme riqueza se tradujo en la importación de todos los lujos de Europa, que harían de las ‘fazendas’ auténticos palacios rurales. Hoy día algunas han sido reconvertidas –con mayor o menor acierto– en hoteles y otras pueden visitarse, pero nada se asemeja a hospedarse en una hacienda familiar privada, como es el caso de la Fazenda das Palmas. Pasen y vean.

Perteneciente a la familia Konder-Braga, esta propiedad fue pionera en el cultivo del café en la región y posteriormente, ya en 1855, contó con el tercer alambique comercial de la zona, el primero en no usar mano de obra esclava. Sus actuales propietarios la adquirieron para que sus nietos tuvieran contacto con la naturaleza. “Cuando era niña teníamos una hacienda cafetera en Campinas, en el estado de Sao Paulo”, rememora su dueña, Joana Almeida Braga, a CLASSPAPER. “Pero cuando mi padre se retiró y nos fuimos a vivir a Portugal la vendieron. Después nacieron mis hijos y madre pensó que ya que iban a pasar más tiempo en Brasil sería bueno que crecieran en contacto con la tierra”, puntualiza.
Tras una meticulosa restauración, el caserón retiene en ocho suites y áreas comunes –los salones, el comedor, la capilla y la sala de billar– todo el esplendor pasado. No sólo conserva el mayor tapiz hecho a mano por la artesana Concessa Colasso de la región o las tallas antiquísimas de su preciosa capilla barroca, sino pertenencias de sus propietarios que son testimonio de una vida culta y elegante, pero también de sus pasiones.

Antônio Carlos de Almeida Braga –fallecido en 2021 a la edad de 94 años– fue una personalidad muy respetada en el ámbito financiero brasileño como propietario de la mayor aseguradora del país. Considerado el mecenas del deporte en Brasil, se estima que en muchos de los oros olímpicos de Brasil –en vóley especialmente pero también en vela– fueron decisivos tanto su ayuda económica como su liderazgo visionario. Así, apoyó desde sus inicios a ídolos nacionales como los corredores de Fórmula 1 Ayrton Senna y Emerson Fittipaldi, al tenista Guga Kuegen y al admirado Pelé. De hecho, las botas del astro del fútbol, dedicadas, descansan en el despacho de la fazenda, junto con ediciones antiguas de obras de literatura e historia brasileña y portuguesa.
Esa pasión por el deporte explica que mandara hacer un campo de golf de nueve hoyos en la fazenda, así como pistas de tenis y caballerizas, complemento perfecto a la piscina de agua templada. Todas las instalaciones están disponibles cuando uno se hospeda en la fazenda.

Agrofloresta y caipirinhas
Quizás menos conocida por el gran público fue la pasión de Almeida Braga por la naturaleza, por el trabajo de la tierra. En esta hacienda son 750 hectáreas en las que crece caña de azúcar y café dentro de un sistema de agrofloresta, es decir mediante una agricultura sintrópica que se basa en la recuperación de las tierras por el uso; y que corre a cargo de Sérgio Olaya, quien además ofrece paseos guiados donde demuestra cómo la agricultura y la naturaleza pueden convivir armoniosamente.
Desde los últimos años, se ha recuperado el alambique histórico para producir la cachaça Pindorama, ya entre las mejores del país. “La cachaza fue un proceso que se dio gradualmente. Estaba el alambique en la fazenda y mi madre decidió reformarlo con la idea de hacer una cachaza casera, no para ser comercializada. Según aprendía, su interés aumentó y decidió producir un destilado de alta calidad”, explica Joana Almeida Braga.

Inicialmente comercializada en Europa, donde ha recibido varios galardones, la cachaza Pindorama se elabora a través de un proceso artesanal, exclusivamente con caña propia, cortada y molida diariamente, en el alambique centenario de la fazenda. Durante la fermentación, las más de 100 hectáreas de selva atlántica que lo rodean dan origen a un método único, donde el calor, la humedad y la presión atmosférica crean las condiciones perfectas para la creación de esta bebida especial, pura, llena de sabor, intensidad y historia. Así, cuando cae la noche mientras se saborea una caipirinha bajo el cielo estrellado es imposible no recordar las palabras que la princesa Leopoldina de Bragança le confió a su padre, el emperador Pedro II: “Papá, ni pluma ni pincel pueden describir el paradisiaco Brasil”.
Fazenda das Palmas no tiene un sistema de precios o reservas al uso. Para alojarse en ella hay que contactar directamente a la familia de propietarios a través de su perfil de Instagram (@fazendadaspalmas) o escribiendo en Whatsapp al teléfono +55 2197634-0561.