Tuvo claro su propósito en la vida siendo una niña. Alejandra Pombo proviene de una familia de pilotos “en la que no se hablaba otra cosa que de aviación”, pero cuenta que de pequeña soñaba con ser ebanista. “En mi casa siempre había una mesa gigante para hacer manualidades como tapizar los muebles de casas de muñecas y mi madre, apasionada de la decoración, siempre estaba pintando cuadros, quitando carcoma… Me colaba en las obras para ver los espacios, me divertía ver cómo se transforman. Esa es mi pasión, el interiorismo”.
Su aventura en solitario empezó haciendo casas a amigos “que luego han ido repitiendo”, apunta orgullosa. Entre sus primeros trabajos, la primera clínica de Maribel Yébenes en el paseo de la Habana o el también madrileño restaurante Numa Pompilio, del grupo El Paraguas.
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