La Corte española se movía desde tiempos de Felipe V al ritmo de las estaciones: otoño en El Escorial, invierno en El Pardo, primavera en Aranjuez y verano en La Granja. Más cerca del concepto de palacio que de pabellón de recreo, se construyeron tras el matrimonio del aún príncipe don Carlos Antonio de Borbón, futuro Carlos IV, con doña María Luisa Teresa de Parma. Estas casas permitían al príncipe de Asturias estar en contacto con la naturaleza, lejos de formalismos.
Javier Jordán de Urríes y de la Colina, conservador de Patrimonio Nacional, detalla: “En ellas entretenían una parte de las mañanas. Servían para el esparcimiento de los príncipes e infantes al margen de la rígida etiqueta de la Corte. No tenían carácter de residencias, pues carecían de dormitorios, y en ellas podían practicar sus aficiones, ya fuera la botánica, la ornitología o la música, también la equitación, la caza y la pesca, y, por supuesto, las artes y su concepto de decoración interior, con un exquisito gusto”.
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