Inhotim no es de este mundo. Tal es su belleza paisajística y la magnitud de su colección de arte que se antoja irreal de tan extraordinario. A 60 kilómetros de Belo Horizonte, la capital del estado brasileño de Minas Gerais, alberga cerca de 700 obras de más de 60 artistas de casi 40 países, que se exhiben al aire libre y en galerías, esparcidas por un jardín botánico con más de 4.000 especies raras e incluso amenazadas, provenientes de todos los rincones del planeta.
El diálogo, constante y mutante, entre arte y naturaleza, brinda una experiencia inédita. Inhotim no queda de paso, pero el viaje valdrá la pena. Se emplaza entre dos de los biomas más ricos –pero también amenazados– del planeta: el Cerrado y la Mata Atlántica. Compuesto por 140 hectáreas, fue reconocido como jardín botánico en 2012. Desde entonces es una referencia del paisajismo tropical contemporáneo.

Gracias a sus dimensiones, Inhotim destaca por sus obras de arte contemporáneo a gran escala y sus instalaciones comisionadas específicamente para la institución, fundada por el magnate de la minería Bernardo Paz en 2006 para mostrar su colección privada. Además, su acervo incluye vídeos, fotografías, pinturas y performances tanto de artistas internacionales, como brasileños, albergadas en galerías que son, a su vez, reconocidos proyectos arquitectónicos.
Entre las obras externas, destacan las de Dan Graham, Yayoi Kusama, Cristina Iglesias y Olarfur Eliasson, así como las de los brasileños Hélio Oiticica y Almicar de Castro. De sus galerías, son extraordinarias la que recoge, en un cubo de cemento sobre un espejo de agua, la obra de la brasileña Adriana Varejao, o la dedicada a la fotógrafa suiza radicada en Brasil Claudia Andújar, que de 1950 a 2010 registró magistralmente el universo de los Yanomamis, pueblo indígena del Amazonas; así como la firmada por Paulo Orsini, para acoger la instalación True Rouge de Tunga.

Son todos nombres consagrados dentro del arte contemporáneo y, sin embargo, lo que hace de Inhotim un lugar único es su naturaleza, conformada por una de las mayores colecciones de palmeras del mundo, tres invernaderos, un laboratorio botánico y ocho jardines temáticos.
A ojos de un lego, todas esas especies –palmeras deslumbrantes, troncos de elefante, flores exóticas, follajes de tonos insospechados– parecen autóctonas, propias de ese Brasil exuberante del imaginario colectivo. Sin embargo, y aunque la muestra de árboles nativos es ingente, su colección botánica abarca especies provenientes del mundo entero.
De todos y para todos
Desde el pasado junio, esta fascinante colección botánica y los terrenos donde se emplaza, así como el ingente acervo artístico, ya no pertenece a su fundador. En un giro insospechado, Paz anunció que donaba su colección. “Inhotim nació de un proyecto de vida que se ha visto incrementado durante el paso de los años. La donación es el paso natural en este proceso. Inhotim no es mío, es de todos”, manifestó el empresario que en 2017 fue condenado por delito de blanqueo de capital, aunque posteriormente fue exonerado.

Para reforzar la vocación pública de la institución y con la mirada puesta a largo plazo, Inhotim cuenta desde el pasado enero con un nuevo equipo directivo, con la curadora venezolana Julieta González al frente de la dirección artística, cargo que ejerce desde enero, tras dirigir la fundación y museo Jumex de Ciudad de México. Así como con un nuevo consejo asesor, compuesto por 30 miembros provenientes de diversos sectores de la sociedad, entre los que se encuentra la coleccionista brasileña Susana Steinbruch, patrona del Museo Reina Sofía.