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La Dolce Vita, un libro para el placer

En la obra, Cesare Cunaccia brinda una invitación atemporal a la libertad mental y al no conformismo.

La Dolce Vita, de la editorial Assouline, es un libro cuajado de burbujeantes imágenes que incitan a la belleza, al deleite, al gozo de aquel estilo de vida que se fraguó en la Italia de finales de los 50 y comienzos de los 60. Charlamos de eso, de la vida placentera, con su autor, el periodista y escritor italiano Cesare Cunaccia.

Federico Fellini dijo al terminar (o al empezar, no se sabe) el rodaje su película La Dolce Vita, en la que iluminaba esa manera de exprimir la existencia tan, tan italiano: “No hay fin. No hay comienzo. Solo existe la infinita pasión por la vida”. Sobre ese estilo de vida, Cunaccia comenta que es “una extraña combinación del espíritu único de un país, sus imaginarios y fuentes culturales, con una actitud libre y visionaria, un ritmo de vida y música sofisticado y sencillo, una mezcla especial de sentimientos, paisajes, magia y creatividad. Inventar nuevos rituales. Algo que suena natural y aparentemente fácil, aunque no lo sea”.

En la imagen superior, la actriz Anita Eckberg bañándose de noche en la Fontana de Trevi (Roma), en la escena más icónica de la película La Dolce Vita, de Federico Fellini. © Pierluigi/Riama-Pathe/Kobal/. Sobre estas líneas, escena por las calles de Turín de la película The Italian Job (1969). © Mary Evans/OAKHURST PRODUCTIONS/Ronald Grant/Everett Collection.

La obra (105 euros) tiene 320 páginas, en un tamaño XL y 200 imágenes firmadas por figuras como Bruno Barbey, Ferdinando Scianna, Alfonso Della Corte, Raimund Kutter, Arthur Elgort, Farabola, Matt Jones, Oliver Pilcher… Una ambrosía para la vista y pura vitamina energizante para alumbrar días grises. No es solo un ir y venir de estampas de aquel pasado glorioso-festivo, es también un reflejo de que esa atmósfera se perpetúa, aún palpita y culebrea en algunos rincones transalpinos.

Una multitud ansiosa se arracima alrededor de un vendedor ambulante en un mercado callejero de Nápoles (1952). © Picture Post/Hulton Archive/Getty Images.

Cunaccia sostiene que “este espíritu es típico de un período determinado, relacionado con el “boom italiano” entre finales de los años 50 y 60, pero en cierto sentido sigue vivo como la vibra de lugares especiales que contienen los recuerdos de esta época dorada. En realidad son muy pocos, pero en general la impresión en todos los sentidos posibles es muy fuerte. No se puede pensar en Capri o Portofino, en el Festival de Spoleto e incluso en el Teatro de la Ópera de La Scala sin retroceder inmediatamente a esta época mítica. Imposible escapar de esta dirección. Este legado significa y marca que Dolce Vita es algo que sigue vivo”.

Un puesto de frutas repleto de cítricos cultivados en los valles de la región de Amalfi. © Peter McConnell

No es la primera ocasión en la que Cesare Cunaccia se inmiscuye en asuntos dolcevitescos, como demuestran Capri Dolce Vita, Tuscany Marvel o Villeggiatura: Italian Summer Vacation. El autor afirma que está “muy fascinado por este período fabuloso. Para Italia, esta fue la plataforma de una vasta internacionalización del país que en gran medida se perdió después de los años 80. Mucha visión y aportaciones extranjeras –entre ellos Cy Twobly, los Getty y Gore Vidal, las estrellas norteamericanas de la época dorada de Hollywood en el Tíber, Peggy Guggenheim en Venecia, Maria Callas, Leonard Bernstein…­–, creatividad y estados de ánimo se mezclan con el alma original del país y contribuyeron a este momento revolucionario. Fue como saltar a otra dimensión, casi mítica, todavía mítica”.

Y Cunaccia añade: “En términos de arte, moda, cine, literatura y teatro, Dolce Vita fue una época dorada, experimental, caprichosa. Seguimos hablando de este período extraordinario con gran pasión, implicación emocional e interés. Sí, soy partidario de esa idea con mi investigación y mis escritos, porque ahí siempre encuentro nuevos temas y sugerencias para descubrir. También me encanta dejar esos estados de ánimo en algunos lugares italianos que todavía tienen este legado, especialmente Roma, Capri, Nápoles. Si cierras los ojos por un momento la ilusión puede ser perfecta”.

Los radiantes colores que surgen del paisaje de la Umbría © Alfonso Della Corte.

El famoso film de Federico Fellini ha quedado para la historia como el punto de partida de ese periodo, pero no: “El verdadero comienzo fue dos años antes de la película, la noche del cinco de noviembre de 1958 en Roma. El gran escándalo del striptease improvisado de Aïché Nana en la fiesta de cumpleaños ofrecida en el famoso restaurante Rugantino por el magnate americano Howard Vanderbilt para su amiga, la joven condesa veneciana Olghina di Robilant. El público era magnífico y, quizá por primera vez, mezclaba nobleza, políticos, actrices, estrellas jóvenes y miembros de la alta sociedad. Llegó la policía y los fotógrafos, los famosos paparazzi, inmortalizaron masivamente la escena épica y a los personajes famosos involucrados. Fellini se inspiró en este episodio e inventó el término paparazzo, que originalmente era el nombre de uno de los reporteros de la película”, comenta el autor.

Izda., campaña de Ballerì fotografiada en el Hotel Bellevue Syrene en Sorrento © Eleonora d’Angelo. Dcha., el Italian Style es un delicado equilibrio de contradicciones: elegante y natural; chic y distinguido; seductor y refinado © Pia Riverola.

Fellini fue algo así como la llama que magnificó esa leyenda que ya palpitaba en Italia, pero otros muchos personajes ayudaron a sublimar ‘la dulce vida’. “Celebridades como Liz Taylor, al rodar a la famosa y colosal Cleopatra, gran apasionada de las joyas Bulgari y clienta de los principales talleres romanos de esta época, la nueva ola de la moda, como sentenció el poderoso editor de Harper’s Bazaar, Carmel Snow, a finales de los años 50. Sorelle Fontana, Capucci, Simonetta y la princesa Irene Galitzine, una amiga cercana de Jackye O; Anita Eckberg, la diosa rubia de la Fontana de Trevi en la película de Fellini; Marcello Mastroianni, una nueva idea melancólica y vibrante de amante latino; la gloriosa belleza de Sophia Loren y el encanto de Silvana Mangano, un ícono de Luchino Visconti; Ava Gardner y sus historias de amor italianas y su obsesión por Portofino. La condesa Mona Bismarck, fanática de Balenciaga y decana de Capri durante décadas, excéntrica bon vivant; el príncipe Dado Ruspoli o el conde Rudy Crespi, que también fue el primer impulsor de la moda italiana en Estados Unidos. Un Valentino muy joven fundó la famosa maison de couture romana en 1960 y es la memoria viva de este período. Y Luego Giancarlo Menotti, el fundador del Festival de Spoleto”.

Izda., el gran Marcello Mastronianni que protagonizó La Dolce Vita de Fellini © Farabola/Bridgeman Images. Dcha.: Bella Hadid en una fotografía de Matt Jones para el Vogue Italia (2017).

La arquitectura, “lugares”, edificios y monumentos forman parte esencial de aquel espíritu y se dejan entrever en las innumerables ilustraciones del libro: “Roma es el epicentro, aunque la vía Véneto ya no está tan de moda. Roma con su alma hermosa y decadente, la misteriosa inspiración vaticana, el glorioso relato barroco de la arquitectura, lo que queda de la antigua aristocracia y el cine, las fiestas en las terrazas y la vida en los grandes hoteles  –Hassler especialmente– y algún restaurante típico como Nino. y Piperno por ejemplo. Capri y Costiera. A pesar de la masiva agresión turística, es posible ir allí fuera de temporada, visitar la boutique Chantecler, la favorita de Jackie O, que firmó varias veces el libro de visitas o hacer una parada en la Parisienne y encargar unos pantalones capri como los míticos First. O simplemente tomar un “americano” en Piccolo o Café Caso en Piazzetta”.

El autor explica que “Positano significa el magnífico Hotel San Pietro, todavía regentado por la familia Cinque, Amalfi es Santa Caterina, el increíble jardín de limoneros y un ambiente fascinante y perdido. El maravilloso Ravello es otro lugar, lleno de recuerdos de Garbo, la princesa Margarita, Jackie O nuevamente y, en primer lugar, Gore Vidal. Hoy amado por JLo entre otras estrellas. Si eres fan de la película de Fellini puedes incluso visitar el impresionante EUR en Roma en el que hoy puedes visitar la sede de Fendi en el famoso Colosseo Quadrato. La vida nocturna en esos lugares ya no es tan hermosa pero el secreto está en usar la imaginación, inventar nuevas ocasiones y mezclarla con la emanación de lugares, imágenes y recuerdos”.

Izda., jugosas granadas de Spoleto, en Umbría (© Susan Wright). Dcha., un picnic a base de tomates, pan, queso y vino en una cantera de Carrara, en La Toscana (© Stefano Scata).

Cesare Cunaccia desprende pasión por aquellas postales, esencias, visiones y emociones. ¿Y nosotros? ¿Qué podemos hacer para pertenecer al “equipo” de la Dolce Vita? El autor expresa: “Ha sido un estado de ánimo especial, difícil de explicar, que encaja perfectamente con el período histórico que vivía Italia a principios de los años 60. Un nostálgico elegante y un poco morboso, una enorme fiebre de vitalidad, la fuerza de la imaginación, mezclando las innumerables sugerencias del pasado con actitudes nuevas y sorprendentemente modernas en términos de cultura, sociabilidad y fuerza visionaria”.

A la izda., Christy Turlington en Portofino, fotografiada por Arthur Elgort para Vogue (1992). A la dcha., todo a punto para una cita romántica en un balcón en Sorrento © Eleonora d’Angelo.

Cunaccia concluye: “Es algo que puedes sentir hoy también, por qué no, si tienes una individualidad y un imaginario fuertes. Es un escape fantástico de la difícil época mundial actual e incluso de la agresión de los influencers y la confusión de la publicidad y el márquetin que vulgarizan este concepto mágico. Dolce Vita se trata de originalidad y conciencia de sí mismo, incluso si parece superficial o, a veces, arrogante. La clave es utilizar la libertad mental, el no conformismo y la ligereza. Atemporal en una palabra”. Pues ya lo saben. Sean Dolce Vita.

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