El nacimiento y apogeo del Art Déco no se alargó mucho en el tiempo, pero es cierto que desde los años 60 todo lo que respira su espíritu revolucionario y liberador mueve millones y pasiones. La Primera Guerra Mundial había terminado y el bullicio y las ganas de pasárselo bien se reflejaron en todas las esferas de la sociedad, desde la moda hasta el mobiliario pasando por la arquitectura, las costumbres, la artesanía, la belleza, el estilo de vida y, por supuesto, la joyería.
De 1920 a 1930 casi todo se puso patas arriba. Los nuevos medios de producción en serie, la fe en desembarazarse de la excesiva ornamentación y esa moda que constreñía los cuerpos de la mujer, condujeron a unos diseños más sencillos y geométricos, en los que el constructivismo, las influencias orientales y del lejano Egipto y el cubismo tuvieron mucho que ver en su elegante cóctel.

Creadores de moda como Paul Poiret, Coco Chanel y Madeleine Vionnet, diseñadores y firmas de joyería como Louis Cartier, Boucheron, Van Cleef & Arples, Bulgari o Mauboussin se lanzaron a pergeñar aderezos más sencillos –sin perder la exclusividad–, monocromáticos al principio y más coloridos al discurrir la década, armazones de platino (se ganaba en ligereza) y un regusto por líneas puras como rectángulos, triángulos y círculos.

Con el Art Déco (bautizado así por la “Exposition Internationale des Arts Décoratifs et Industriels Modernes” de 1925 en París) se sublimaron los cortes baguette y asscher (más cuadrados), a los diamantes se añadió el ónix, rubíes, esmeraldas, coral, zafiros, jade o madreperla, con lo que la paleta cromática se tornó exuberante, exótica, cautivadora. Todo esto es lo que refleja la subasta que el 8 de marzo tendrá lugar en Nueva York, organizada por Bonhams y bautizada como “The Perfect Jewelry Box: Jewels from an Impressive Southern California Collection”.
Un nombre muy apropiado, ya que los 120 lotes provienen de un ‘tesoro’ privado de un coleccionista californiano cuya identidad permanece en el anonimato. La joya de la corona, nunca mejor dicho, es un anillo con un diamante Leviev incoloro de 35 quilates, montado en platino en un corte tipo esmeralda, que sale entre 1.500.000-2.400.000 euros. Leviev hace referencia Lev Leviev (Taskent, Uzbekistán, 30 de julio de 1956), uno de los mayores comerciantes de diamantes del mundo, y cuyas piedras destacan por su brillo y su corte excepcional.

Caroline Morrissey, directora de joyería de Bonhams Nueva York asegura que “el coleccionista deseaba permanecer en el anonimato y las piezas se han seleccionado con un gusto exquisito y minucioso. El anillo de diamantes Leviev de 35 quilates es muy especial, en parte debido a su gran tamaño, pero también porque es de color D con claridad VVS1: una piedra de tan alta calidad es muy rara. Este diamante es el más emblemático de toda la venta”. Para Morrisey, “es un privilegio trabajar con una colección de joyas tan bellas y valiosas. Cada pieza tiene su propia historia”.

Otras creaciones memorables disponibles en esta gran subasta son un collar con borla de Mauboussin fechado alrededor de 1920 en el que “bailan” diamantes, gemas, cuentas de rubí, zafiros, esmeraldas y amatistas (estimado entre 150.000 y 240.000 euros); unos pendientes de Cartier de los años 20 de diamantes y esmeraldas en forma de lágrima (48.000-75.500 euros); o un anillo de platino con diamante y un zafiro de talla rectangular de 24 quilates de Sri Lanka (189.000- 283.000 euros).