Tras organizar la venta de algunas de sus piezas de decoración en el Park Gstaad Hotel (Suiza), Federica Palacios Erhart, su hermana Mercedes Salazar-Simpson Erhart y la hija de esta última, Camila Salazar-Simpson, se dieron cuenta de que no eran las únicas interesadas en la alta artesanía. “Mi tía es interiorista, con estudio en España y Suiza y mi madre, historiadora del Arte, colabora con ella. Juntas diseñaban y fabricaban piezas exclusivas para sus proyectos, con mucho éxito. Durante la cuarentena se me ocurrió proponerles que crearan pequeñas series de estos diseños y los vendieran por Internet. Y me dijeron que por qué no me encargaba yo”, explica Camila.

Camila, abogada de formación, que durante los ocho últimos años había estado trabajando para el bufete Cuatrecasas de Barcelona, decidió aparcar su carrera y lanzarse al mundo del diseño y la artesanía. Reconoce que al principio “fue un shock” cambiar el despacho por los talleres de carpinteros, ebanistas, vendedores de telas, tapiceros…, pero que ahora está “encantada trabajando con artesanos que son capaces de materializar los candelabros, lámparas, cojines, cestas o ropa de casa que surgen de Studio Erhart. Aunque siempre tenemos en cuenta la experiencia de los artesanos, que son gente muy buena en lo suyo y con muchísima trayectoria. Ellos también te aportan a ti a la hora de crear, te indican lo que se puede hacer y lo que no. No es sólo un encargo, ellos con su experiencia y su savoir faire son parte de esas creaciones”. Incluso ha cambiado su manera de diseñar, antes realizaban una pieza y luego buscaban al artesano perfecto para materializarla, “hasta que nos dimos cuenta —recuerda Camila— de que era mucho mejor hacerlo al revés: encontrar al artesano, conocer su trabajo y diseñar para él. Poner al artesano en el centro, viendo lo que sabe hacer, sus habilidades, su forma de trabajar”.

Una parte fundamental de Studio Erhart (Calle de Alcalá, 119, Bajo A, Madrid) es encontrar esos materiales especiales y exquisitos con los que diseñan: cueros, telas, piedras, maderas… pero, sobre todo, asta, un guiño a la argentina natal de Mercedes y Federica. Los encuentran en cualquier parte del mundo. Como hijas de diplomático han recorrido y vivido en numerosos destinos acompañando a su padre. Y esa educación cosmopolita impregna sus piezas: “La inspiración la encontramos allá por donde vamos. También mi madre estudió Historia del Arte y se nota su influencia a la hora de crear —dice Camila, que nació en Suiza—y luego venimos a España y son nuestros artesanos quienes rematan las piezas y los que terminan de dar forma”.
Sus clientes van desde decoradores o amantes del interiorismo a personas que se identifican con los valores de la marca, implicadas en la idea de sostener el saber hacer y las tradiciones artesanas, muchas de ellas a punto de desaparecer. Toda la producción es española, “y no sólo por hacer patria, que también”, afirma Camila.

Los pedidos les llegan desde cualquier parte del mundo, sobre todo desde Europa, aunque también cuentan con un número importante de admiradores de sus diseños en Estados Unidos, gracias a una colaboración que hicieron, nada más nacer, con Moda Operandi, uno de los portales más exclusivos para amantes del lujo.
Lo que empezó como una aventura online en pleno confinamiento ahora cuenta con un estudio físico donde “queríamos ponerle cara a nuestros clientes, conocer sus gustos, sus necesidades, qué tipo de objetos están buscando y darles también la oportunidad de ver y tocar nuestras creaciones. Cuando uno hace una inversión en una pieza, le gusta verla”, comenta Camila sobre el espacio que tienen en la calle de Alcalá, 119, Bajo A, de Madrid.

Elaborar series limitadas no es sólo por motivos de exclusividad, también es una cuestión física. Los artesanos no pueden producir en serie las piezas “y cuando les pedimos que nos hagan, por ejemplo, una colección de 30 ponen el grito en el cielo” —explica la hija de Mercedes y sobrina de Federica—. Nos pasa con muchas que se quedan fuera de stock y no podemos volver a tenerlas disponibles hasta dentro de unos meses. Al final tienen sus tiempos. Es otra manera de comprar que requiere lo que no tenemos nadie: paciencia. Hay que esperar y apreciar las imperfecciones de lo hecho a mano. También es una forma diferente de consumir, estamos muy mal acostumbrados, hacemos click y en 24 horas tenemos en casa lo que queremos”.