¿A qué suena la pintura? Mo Ostin lo sabía.

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¿A qué suena la pintura? Mo Ostin lo sabía

El 16 de mayo en Nueva York salen a subasta obras de la colección privada del productor musical, gran amigo de Frank Sinatra.

Es difícil entender la historia moderna de la industria musical (de la música, ¡qué diantres!) sin la figura de Mo Ostin, nacido Morris Meyer Ostrofsky un 27 de marzo de 1927 en Nueva York y fallecido, a la edad de 95 años, en 2022. Visionario en esto de los decibelios y con un olfato único para apostar (y ganar) por bandas y compositores, su andadura entre pentagramas comenzó a mediados de los años 50, cuando entró en la compañía Clef Records, más tarde el famoso sello Verve.

En 1960, el gran Frank Sinatra montó su propia compañía, Reprise Records y ¿a quién contrató para capitanearla? A Mo Ostin. El negocio pasó a manos de Warner Bros. tres años después y es aquí donde Mo, a lo largo de 32 años, se convirtió, por así decirlo, en el padrino de un puñado de nombres ilustres de la música. Apunten, entre otros: Bing Crosby, Van Morrison, Joni Mitchell, Grateful Dead, Madonna, R.E.M., Green Day, Randy Newman, Jimi Hendrix, Neil Young, James Taylor, Paul Simon, Rod Stewart, Black Sabbath, Dire Straits, Prince o Red Hot Chili Peppers. “Escuchaba a los artistas y siempre los ponía en primer lugar”, contaba de él Stevie Nicks, de Fleetwood Mac. “La lista de artistas que firmaron con la constelación de sellos afiliados a Warner Bros. cuando fueron dirigidos por el Sr. Ostin se lee como un Salón de la Fama de la música que incluye a cantantes y grupos fundamentales de los 50, 60, 70, 80 y 90”, rezaba el obituario de Mo Ostin escrito por el New York Times en agosto de 2022.

Confiaba en ellos, los respetaba, conectaba, los entendía, les daba libertad absoluta, intuía el talento y ayudó a definir el estilo y el sonido de la cultura pop, siempre bajo una premisa que él llevaba tatuada en su corazón: “Hagamos buenos discos y convirtámoslos en éxitos”.

En la imagen superior, Mo Ostin rodeado por el Rat Pack, nombre que recibía el grupo de actores y músicos estadounidenses de la escena de Las Vegas en las décadas de 1950 y 1960 liderado por Frank Sinatra. De izquierda a derecha, Dean Martin, Mo Ostin, Sinatra y Sammy Davis Jr. Sobre estas líneas, el ejecutivo discográfico (derecha) junto a Geroge Harrison, Steve Ross y el productor Nesui Ertegun (izquierda).

Su pasión privada fueron las artes visuales. Cuando era un niño, sus padres le llevaban a menudo a museos y, en los primeros años de su carrera, trabajó con el gran coleccionista Norman Granz, gran amigo de Picasso, y compartió ese divertimento con el que fuera presidente de la Warner, Steven J. Ross, otro acumulador empedernido de obras de arte. Así que, en cuanto pudo, Mo Ostin empapeló su casa con lienzos y se transformó en un ávido buscador y comprador.

En la subasta, organizada por Sotheby’s Nueva York, se puede pujar por alguna de las 33 obras que acumuló y que abarcan un abanico de tendencias pictóricas desde 1915 a 2019: René Magritte, Pablo Picasso, Willem de Kooning, Joan Mithcell, Cy Twombly, Richard Estes, Brice Marden, Albert Oehelen, Richard Prince, Jean-Michel Basquiat, Mark Grotjahn, Takashi Murakami, Joe Bradley y Cecily Brown.

El más preciado (por su valor monetario) es ‘L’Empire des lumières’, de René Magritte, estimado entre 35 y 40 millones de euros, una de las obras más icónicas del arte moderno en manos privadas que Mo Ostin adquirió en 1979 y nunca se ha visto en público desde entonces. Pertenece a una serie del mismo título de 17 óleos que andan dispersos por medio mundo (Colección Peggy Guggenheim, MoMA, Colección Menil, Royal Museum de Bellas Artes de Bélgica…) pero este ejemplar permanecía oculto en las manos de Mo Ostin.

Una felicitación que Dream Works Records dedicó a Mo Ostin con el nombre de los artistas con los que trabajó y su cara de fondo. Cortesía de la Ostin Family Collection.

El surrealismo tan personal de Magritte también está presente en otra de las pinturas de la subasta: ‘Le Domaine d’Arnheim’ (15-25 millones de euros), que comparte su nombre con un cuento de Edgar Allen Poe, uno de los autores favoritos del pintor. Destaquemos algunas más: ‘Sin título’, de Cy Twombly (14-18 millones de euros); el simbolismo iconoclasta de ‘Vista de la luna’, de Jean-Michel Basquiat, que parte entre siete y diez millones de euros; otro ‘Sin título’, en esta ocasión de la pintora Joan Mitchell, una de las más destacadas representantes del expresionismo abstracto de la Escuela de Nueva York, cuyo precio se estima en los siete y diez millones de euros; ‘Two Figures’, de Willem de Kooning (2-7 millones de euros), que aparece en una subasta por primera vez en más de 30 años; ‘Free Games for May’ (3-5 millones de euros), de Cecily Brown, comprado por Mo Ostin solo un año después de que fuera pintado (en 2015) y en el que Brown dialoga con Rubens, la música rock y la campiña inglesa… De hecho el título proviene del nombre de una gira del 67 que hicieron los Pink Floyd; y, por dejarlo ya, ‘Paisaje’ (7-10 millones de euros), de Pablo Picasso, reflejo de la última etapa del pintor y comprada por Ostin en 1999, que se movía como pez en el agua en estos ambientes y conoció a Picasso, con quien planeó producir un largometraje de animación sobre Don Quijote que, al final, no se llegó a filmar.

Así lo sintió Mo Ostin: “¿Cómo podría dejar pasar la oportunidad de estar involucrado con uno de los verdaderos genios del siglo XX? Fue incomprensible para mí”. Lástima… “El amor de Mo por el arte solo fue superado por su amor por la música. Hablaba de música y pintura con el mismo fervor y percepción, y le entusiasmaba cualquier discusión sobre cualquiera de las dos”, comenta el rockero Steve Martin, de The Left Banke, icónica banda de los 60.

Retrato de Mo Ostin en su despacho de la discográfica, circa 1970.

Flea, fundador y bajista de Red Hot Chili Peppers, lo recuerda de esta manera: “Desde el primer segundo que entré en la casa de Mo, nos trató a mí y a nuestra banda como iguales. Nos dijo que quería trabajar con nosotros a largo plazo y creía en nosotros. Toda su vida cumplió su palabra. Una extensión del amor de Mo por la música, su trabajo y su familia, fue su amor por el arte. Se desvivía para estar cerca de sus pinturas y esculturas, hablar sobre ellas y, si era posible, compartirlas con sus amigos y conocidos. Era una impresionante colección de arte, siempre se tomaba su tiempo para enseñármela y hablarme sobre las obras”.